Los estudiantes movilizados de la Universidad del Mar no podrían haber encontrado mejor espacio para manifestar sus demandas que el discutible monumento a una relación que rara vez benefició a los americanos que habitamos al sur del Río Bravo.
El ascenso de los alumnos, aprovechando los andamios de quienes lo restauran, es una metáfora respecto de sus propias vidas. Muchos de ellos han llegado a donde están apoyados en los andamios que proveen sus padres endeudados, o su propio trabajo, pero no tienen ninguna garantía que ese apoyo temporal se mantenga (lo mismo que sucede con los andamios que circundan al monumento, que mañana ya no estarán) .
Y escogieron el Arco Británico de Valparaíso, que evoca a ese pueblo heredero de piratas de todos los mares que se enriquecieron cazando el oro de los galeones españoles, a veces en alta mar y otras veces con sus bancos. Navegantes y banqueros que acumularon lo necesario para financiar ese imperio en el que no se ponía nunca el sol. Padre del otro, el que está al norte, cerca, muy cerca.
Y subieron nuestros estudiantes y enarbolaron sus banderas y gritaron sus consignas, y es la única vez en su historia que esa construcción, de discutible valor estético y simbólico, sirvió de algo y se resignificó para darnos la esperanza de que mas allá de la inequidad de un mercado plagado de piratas, existe un mundo mejor.